sábado, 17 de diciembre de 2011

Pedaleando cuesta arriba...

Iba de vuelta del trabajo a mi casa, pedaleando como de costumbre, y como de costumbre me adelantó un hombre de aquellos que les gusta pavonearse. Me adelantó a una velocidad moderada, sin embargo, como venía una subida de largo aliento, comenzó a ganar velocidad mientras que yo mantenía la mía y bajaba poco a poco los cambios en mi fiel bicicleta. Él se adelantó obviamente, y yo desde lejos veía que hacía un esfuerzo gradualmente mayor a medida que la pendiente iba aumentando, hasta que a tres cuartos de ella, no dió más y tuvo que bajarse de su bici para continuar caminando. Yo, por mi parte, seguía a la velocidad de siempre, y tal vez hasta un poco más lento, pero sin agitarme, subiendo tranquilamente la pendiente que a él le había causado tanto sudor y cansancio. Cuando por fin llegué a la cima, lo superé en llegar arriba antes y con mucho menos esfuerzo que el que él tuvo que aplicar para hacer lo mismo.
Durante ese lapso que no debe haber durado ni siquiera un minuto, mi mente cabilaba dando paso a la siguiente meditación:
Para subir una montaña y llegar a la cima, la velocidad no tiene que ver con llegar o no. La preparación que tengas con años de entrenamiento, es lo que finalmente te llevará a la cumbre, sin importar a qué velocidad ni cuanto tiempo te cueste llegar. Cuando logras entender esto, te das cuenta que todos los pequeños cerros, montes y collados con los que debes luchar por subir, sólo te preparan y te entrenan, en todo sentido y aspecto en el que puedas y te dejes ser preparado, para subir a la cumbre más alta; la que no podrás ver sin haber llegado antes a la cumbre previa.

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